20/04/2002 - "Loncha" García

UNA HISTORIA QUE DEBE CONOCERSE

José "Loncha" García, una historia viviente del fútbol, a quien le gustaba más el básquetbol defendiendo al Velsen. El primer jugador uruguayo no oriundo que brilló en Italia. Hubo quien lo definió así: "La piel de Judas en la cancha... orfebre, artista, afilador...".

EL PRIMER JUGADOR URUGUAYO NO ORIUNDO QUE BRILLÓ EN EL CALCIO
El pase a Italia

"Nací en Pocitos, en Buxareo y 26 de Marzo. A los ocho años nos mudamos a Acevedo Díaz y Rivera. En Acevedo Díaz y Palmar había un terreno propiedad de los hermanos Fígoli, donde Raúl Sarro enseñaba a los pibitos a pegarle a la pelota. Sarro fue un brillante número cinco de Defensor, de imponente presencia física y gran dominio técnico. Con él aprendí ahí los primeros fundamentos y le tomé el gusto al fútbol. Pero más me gustaba el básquetbol. Jugaba en los menores del Velsen, donde jugaron García Otero y Macoco Acosta y Lara. Pero un domingo, los muchachos de la Médica Uruguaya -donde trabajaba lavando pisos- me llevaron a jugar un partido de fútbol entre nosotros y les gustó tanto cómo jugaba que me dijeron por qué no iba a una cancha que había en la calle Victoria (hoy Duvimioso Terra) y Ana Monterroso (antes Carapé), donde había práctica de aspirantes para la cuarta de Defensor.
El que dirigía la práctica era Cacho Vázquez, que jugaba en el primero y Defensor lo había puesto para que eligiera jugadores e hiciera de veedor y de juez en esos partidos de aspirantes. Porque ese año 1941 iba a hacerse por primera vez el campeonato de Cuarta. Antes sólo había primero y reserva. A mí me eligió enseguida y cuando armamos el cuadro me puso de capitán. Yo tenía catorce años y en aquella época me pagaron los tres primeros pesos de mi carrera por estar de suplente de la reserva en un partido contra River en el Saroldi. De mañana había jugado en la cuarta y de tarde fui al Saroldi. Al otro día el Velsen jugaba la final contra Welcome y los obligaron a que yo no jugara por profesional. Había un reglamento que prohibía a los que eran profesionales en otros deportes, jugar al básquetbol en torneos oficiales. Por los tres pesos que cobré en el Saroldi me inhabilitaron para la final. Así que me dediqué de lleno al fútbol. En el 43 salimos campeones de cuarta (Defensor fue el primer equipo chico en ganar un campeonato de juveniles) y al año siguiente debuto en primera con dieciséis años. Casualmente también frente a River, pero en el Parque Rodó. Fui titular todo el año y la prensa me consideró la revelación de la temporada. En el 45 debuté con la selección en el Sudamericano de Chile. Jugábamos: Máspoli, Pini y Prado; Gambetta, Obdulio Varela y General Viana; Ortiz, yo, Atilio García, Porta y Zapirain. Martino le hizo un golazo a Máspoli y Argentina nos ganó uno a cero el partido decisivo.
En el 47 gané con la celeste la copa Barón de Río Branco, y el 25 de mayo del 48, en la cancha del Globito, derrotamos a Argentina dos a cero, obteniendo la copa Perón. Argentina tenía un cuadrazo: Gozzi, Salomone y Sobrero; Sosa, Pipo Rossi y Pozzi, Boyé, Moreno, Pedernera, Martino y Bauzico. Tuvieron que pasar cuarenta años para que Uruguay volviera a ganarle a Argentina de visitante. El maleficio se rompió recién en la Copa América del 87.
Cuando terminó aquel partido, Perón entró a la cancha con Evita y nos entregó una medalla de oro rubricada por él, a cada jugador uruguayo. Pero se negó a entregar la copa de plata y oro -impresionante- al Círculo de Periodistas del Uruguay, que junto a su similar argentino había organizado el torneo. Eso provocó la ruptura de relaciones a nivel de fútbol oficial entre Uruguay y Argentina por siete u ocho años, hasta que la copa fue entregada en 1956 y hoy está en la sede del Círculo.
Desde el 44 al 49, fui codiciado por Peñarol, Nacional, Boca y River. Pero en aquel entonces la asamblea de socios de Defensor debía refrendar la transacción y nunca quería que me vendieran. Cada año se llenaba de autos desde la sede de Jaime Zudáñez hasta la plaza Gomensoro, para tratar mi pase y, desgraciadamente para mí, la asamblea terminaba dictaminando que no.Me acuerdo de una vez que trataron una oferta de Peñarol. Yo ya había hablado con el presidente aurinegro, doctor Turturiello para arreglar mi parte y me prometió cinco mil pesos. Cuando salimos de la sede mirasol con mi mujer, que entonces era mi novia y yo le había pedido que me acompañara a hablar, ella me decía:
-¿En serio te van a dar eso? -No lo podía creer.
-Por favor -dije yo-, esta noche no duermo.
Y no dormí.
Esa noche me llevaron a un diario para esperar la resolución de la asamblea y hacerme la nota enseguida. No me acuerdo si era El Día o cuál, porque siempre me llevaban a alguno y al final yo terminaba lamentándome. Esa vez también.
Otra vez me llevaron a hablar con el cónsul boquense, escribano Pampín, y los xeneises oficializaron la oferta. Pero también la rechazó la asamblea. Así hasta que vinieron los italianos del Bologna. Entonces fui a hablar con Franzini. Yo era un pibito pobre, mi madre era cocinera, mi padre motorman del tranvía, y los italianos me daban treinta mil pesos de prima; en esa época con tres mil quinientos, cuatro mil, te hacías una casita.
-Mire, don Luis -le dije-, o me venden a Italia o no juego más al fútbol.
Convenció a la gente construyendo con los noventa mil que les dieron a ellos, el gimnasio cerrado en Jaime Zudáñez.

LAS BURBUJAS DEL SAN SIRO
Perdido en el Fumicino

"Si me hubiera tocado en esta época jugar ocho años de titular en Italia sería multimillonario en dólares"
"Me fui en un avión de Scandinavian y tardé dos días en llegar a Ginebra. No llegaba nunca. Hicimos escala en Río, en Pernambuco, Recife y en Dakar. Todo en un bimotor. Cuando llegué a Ginebra mandé un telegrama a Bologna avisando la hora en que el vuelo llegaría a Roma. Pero en lugar de poner Bologna Calcio puse Bologna Alasio y el telegrama no llegó nunca. Después me enteré que Alasio se llama una ciudad cercana a Verona.
Parecería cierto eso de que todos los caminos conducen a Roma, porque el aeropuerto de Fiumicino era una galería de nacionalidades. Me bajé del avión y me mezclé en la multitud. Veía pasar tipos con turbantes, con túnicas, mujeres con velos. Todos apurados pero sabiendo adónde ir. Yo no lo sabía. Y por lo visto nadie estaba esperándome.
Me acerqué a un funcionario del aeropuerto y señalándome el pecho le grité:
-¡García!, ¡Fútbol!
Y le hacía como que pateaba una pelota. El tipo habrá pensado "¿Este indio quién es?". Yo andaba con un sombrero de piel de tiburón y un traje que me había comprado en Brasil con los pantalones que me llegaban al pecho y la corbata por adentro del pantalón. Me pasé gesticulando ante varios funcionarios hasta que apareció uno que dijo:
-Ma cuesto e García. ¡Chiammame allo coronello Renato Dalara!
Resulta que Dalara, el presidente del Bologna, tenía un hermano en Roma que era coronel mutilado de guerra, que había llamado al Fiumicino para averiguar en qué vuelo llegaba García. Y había dado mis señas, un sudamericano de veintitrés años. Así que lo llamaron y al rato apareció el coronel en un autazo con chofer. Venía cargado de medallas y le faltaba un brazo. Me llevó a su casa, una mansión, y me dio de comer los primeros vermicelli a la italiana que me mandé. Después me paseó por toda Roma. Me llevó a conocer el Coliseo, los museos, la Fontana de Trevi. Al final me puso en un tren con destino a Bologna. Yo quería que me acompañara alguien, pero me dijo que no me preocupara, que en Bologna me estaban preparando un gran recibimiento y era sólo cuatro horas de viaje.
-Falta mucho para llegar a Bologna -les preguntaba a cada rato a los que estaban cerca mío. Tenía miedo de pasarme y terminar perdido como en el aeropuerto. Pero en Bologna me estaba esperando un pueblo.
Había uno que hasta hablaba "uruguayo", "el Chivo" Andreolo, que fue campeón del mundo con Italia. Los primeros tiempos en Bologna me fui a vivir con él. Después me dieron un apartamento, me pagaban una empleada; viví como un César. Si tocaba jugar en el San Siro, después en los vestuarios te tirabas a la pileta con burbujas y era el súmmum. Pero al principio no las tuve todas conmigo.
El día de la primera práctica llovió a cántaros. Yo desconté que se suspendía. Hice lo que hacía acá en una ocasión así. Al día siguiente los diarios titularon "Bologna spetta a García e García e al cinema". Parece que habían hecho todo una promoción de mi primera práctica y quedaron todos en el estadio, bajo lluvia, esperando para verme. Entonces Sansone, que fue el que me llevó (fui el primer uruguayo en llegar al fútbol italiano después de la guerra), me explicó que ahí tenía que ir a entrenar con lluvia, con niebla, con nieve, como fuera. Ahí me dí cuenta lo que era profesionalismo en serio.
Al segundo partido amistoso me lesioné, un italiano me llevó la pierna y me embromé la rodilla. Se pensaron que había ido lesionado desde acá. El Presidente me miraba preocupado. Pero cuando me recuperé y agarré continuidad de hacer buenos partidos, comprendieron con alivio que habían hecho una buena inversión.
En el equipo había dos daneses, Pilnark y Gelsen y el tercer extranjero era yo. Los daneses siempre fueron formidables jugadores; no es de ahora. En la Juve había tres, Jon Hansen, Karl Jansen y Prais. En la Roma estaba Broné cuando llegó Ghiggia. Y cuando Schiaffino llegó al Milan tenían tres suecos que la rompían... Yo creo que el fútbol italiano de esa época era más fuerte y había más cracks italianos que ahora. Cada equipo tenía seis o siete italianos estrella.
Para las vacaciones del 51 volví a Montevideo en el crucero Giulio Cesare y en el puerto me estaba esperando la hinchada de Defensor con los tamboriles. Me regalaron un faro de oro iluminado con brillantes y un banderín de seda y me hicieron entrar a la cancha en un partido contra Liverpool para homenajearme. Son satisfacciones enormes, como que don Luis Franzini haya puesto un retrato mío en la concentración de los jugadores, o que el Presidente Luis Batlle me haya dado audiencia agradeciéndome el trabajo de corresponsal para el diario Acción.
Yo les traje de regalo a los muchachos de Defensor un juego de camisetas italianas que en verano transpiraban como locos porque eran camisetas térmicas.
Siempre que vine de vacaciones fue en cruceros, el Vía Comento, el Provence y el Augusto Compte Grande. En el 53 llegué en verano y Nacional me contrató para jugar con el Alianza de Lima. Perdíamos dos a cero, el Manco Castro me hizo entrar en el segundo tiempo y ganamos tres a dos.
En Italia jugué ocho años, siete en el Bologna y uno en el Atalanta de Bérgamo. ¿Te imaginás si me hubiese tocado en esta época? Con ocho años de titular en Italia podés hacerte multimillonario en dólares. Pero en aquella época también hacías la diferencia. Cuando vine me compré esta casa (9 de Junio entre la Rambla y Ambrossio Velazco) en el barrio de Los Olímpicos, y esta calle se llama 9 de Junio porque fue la fecha del triunfo en Amsterdam.
Cuando me vine definitivamente en el 57 fue en el Provence. Al pasar el Ecuador se hacía la fiesta de Neptuno, una noche de gala por haber traspasado lo que consideraban la zona más peligrosa en altamar, en realidad una buena excusa para comer y tomar de tal manera que después te podías morir tranquilo comido por los tiburones. Esa noche en el Provence tuvo un sabor muy especial, porque en el crucero venían Vittorio Gassman y Diana Torrelli para hacer La Viuda Alegre en el Solís. Era la época en que el mejor actor del mundo venía a trabajar a Montevideo.
Cuando llegué quise colaborar con mi cuadro, la violeta, pero al ir a los vestuarios y ver el baño, que era para todo el estadio, para los sesenta jugadores de reserva y primera, los jueces y también los hinchas, decidí decirle a don Luis que no. No podía. Ese mismo año había jugado en el San Siro contra el Inter y contra el Milan y les había ganado. Al Inter con el Atalanta le ganamos dos veces. Le estábamos ganando tres a cero en el San Siro faltando cinco minutos para terminar el partido y bajó tanto la niebla que no se veía de un arco a otro. Entonces el juez lo suspendió. Pero en Italia cuando se suspende hay que jugarlo de nuevo y empezando de cero a cero. Un disparate. Nos queríamos morir. Pero les volvimos a ganar, esa vez dos a uno".

PIZARRÓN Y DESPUÉS
El fútbol uruguayo

"Julio Pérez fue el jugador más importante de Maracaná; trabajó en la destrucción desahogando a Obdulio; armó el equipo, hizo jugar a Gighia y a Schiaffino. En ese puesto jugaba yo en la selección cuando me salió el pase, seis meses antes del mundial del 50".
"Ese año fui a dirigir la selección de Paso de los Toros en un partido contra Salto y vi jugar a un cinco salteño fenomenal, el Tito Goncálvez. Se lo comenté a Marcelino Pérez. A los pocos meses, Goncálvez pasó directamente a la selección nacional para jugar el Sudamericano de Lima. Pero yo veía que en Uruguay al fútbol se seguía jugando como antes, y en el mundo ya no se jugaba así. Era un fútbol de tortugas, de carretas. Yo en Italia había tenido que desprenderme de la pelota más rápido y había avanzado estudiando disciplinas tácticas. Pero cuando me hice cargo de la dirección técnica de Defensor en el 59 y dibujé la táctica en un pizarrón por primera vez en Uruguay, la gente me veía irónicamente. El Uruguay creía saberlo todo.
El nuestro se fue transformando en un fútbol cansino, anodino, lento, lateral, con demasiados cambios de frente, muy distante del fútbol del mundo que hoy la televisión nos enseña. Claro, la parte económica influye. Además el fútbol está bajo a nivel universal, se juega sólo a base física y las individualidades que aparecen las contás con los dedos de las manos. Hoy Beckham, el inglés que se lesionó el otro día, es el mejor volante del mundo, mejor que Rivaldo. Uruguay tiene a Recoba que es más esporádico. Pero yo creo que en la serie del Mundial tenemos chance, porque en Francia hay varios jugadores que están de vuelta, aunque tienen a Zidanne que es un fenómeno incomparable. Y para campeón, me la juego a Brasil, porque los brasileños siempre tienen el dominio total de la pelota y del juego.
Acá sigo religiosamente a Defensor y el otro día vi un gol impresionante del chileno Salazar, que si lo ven lo llevan al Bayer Munich. Yo el único gol que hice parecido a ese fue contra la Juve. Después nunca más. Ahora Defensor está levantando, pero le falta un definidor que acompañe a Tejera, porque Eliomar ya no rinde como cuando tenía al lado a Ederson o a Silva. El otro día el Tato (Ortiz) hizo el cambio porque lo vio aislado. Y lo otro que yo pondría sería a Raschid más arriba, de 5. El que me encanta es Gonzalo Vargas. Va a ser un crack, es veloz, juega bien con cualquiera de las dos piernas, técnicamente bien dotado. Y tenemos una camada linda de chicos a los que hay que esperarlos, como Muñoz, como Revetria... No hay que hacer erogaciones que no se justifican como aquellas de Borghi o de Dessotti, ahora Víctor López... son jugadores que acá abundan. No podemos traerlos. Hay que esperar a estos muchachos".